Chicos adolescentes fogosos

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Me llamo Fran y tengo 18 años. Se acabó el curso, el sol calentaba las playas vizcaínas. mí me gustaba la natación, pero si he de ser sincero, me apunté al club para poder observar …
Fogosos adolescentes

Se acabó el curso, el sol calentaba las playas vizcaínas. Era mi primer verano aquí y pensé que no iba a ser tan caluroso como el verano levantino, pero también lo era. Me llamo Fran y tengo 18 años. Ahora que estaba de
vacaciones, iba a aprovechar la última semana en mi club de natación, para el que tenía poco tiempo por culpa de los estudios. A mí me gustaba la natación, pero si he de ser sincero, me apunté al club para poder observar de cerca a todos esos jóvenes cuerpazos que tienen los nadadores.

Por la tarde me acerqué al club. Empecé por bajar al gimnasio, para ir reafirmando los músculos. Allí estaba Erik. Erik era la estrella del club. Tenía los mejores tiempos y había vencido en numerosas competiciones de nivel autonómico. Era hijo de padre sueco y madre española, aquella mezcla de rasgos nórdicos y latinos hacía un ejemplar digno de ver. Erik era un chico delgado, mediría 1.80, tenía el pelo castaño como su madre, y unos ojos de un verde profundo, característicos del norte.

Me fije en él. Tenía un cuerpo espectacular, el poco vello que tenía, se lo depilaba, como los demás nadadores. Tenía unos abdominales muy marcados, y unos brazos muy fuertes. Su espalda era firme y dura, al igual que sus piernas. Tenía un cuerpo tan proporcionado, tan fibrado, tan firme, tan fuerte… que resultaba insultante.

Como ya he dicho, Erik no parecía un armario, era el chico perfecto, más bien delgado, pero con todos y cada uno de sus músculos bien fuertes y compactos.

Me quedé mirándolo. En eso me dijo:

– Bueno, qué, ¿vienes o te vas a quedar toda la tarde ahí de pie?

Reí un poco, y fui a una máquina al lado de él. Comencé a hacer ejercicios. Intenté seguir su ritmo, pero no pude. Estuvimos hablando un poco, y me dijo que él ya llevaba allí un par de horas, lo dijo con ese tono de voz vacilón que
él tiene.

Después de una buena sesión de gimnasio, me dijo que él iba a ir a la piscina a entrenar un poco, y yo, fui con él. Nos pusimos uno de esos bañadores que son de los tobillos a la cintura, para que el contacto con el agua sea menor.
Mientras íbamos por los pasillos, las chicas nos señalaban. Yo no estoy mal, pero he de reconocer que nos señalaban porque él iba conmigo. Pero me gustaba que me señalaran como «el amigo de Erik».

Llegamos a la piscina, y comenzamos a hacer unos largos. Ya era tarde y sólo teníamos media hora. Antes de salir, me propuso un pique. Nos tiramos al agua y comenzamos a nadar todo lo rápido que pudimos, yo me esforcé todo lo que
pude, pero ganar a aquel chico era algo imposible. Erik llegó el primero y salió de la piscina, a continuación salí yo. El entrenador sonrió y dijo:

– Así me gusta, que tengáis nervio!

Erik rió y nos fuimos acercando, me dio un abrazo amistoso, mientras los dos jadeábamos de cansancio. Era la primera vez que lo tocaba así, noté sus abdominales pegados a los míos, y me vi envuelto en sus potentes brazos. Yo agarré su espalda y lo apreté contra mí, sintiendo su cuerpo me empalmé considerablemente, y ese instante me pareció eterno. Le dije un tímido:

– Buen pique tío! a ver si te gano algún día!

A lo que él contestó chulescamente:

– Eso nunca ocurrirá, cabrón! – y siguió riendo cómplicemente.

Nos fuimos a las duchas. Él fue el primero en desnudarse, y lo hizo de espaldas a mí. Las duchas eran colectivas. Miré cómo andaba desnudo y me acerqué a la ducha. Allí estábamos los dos desnudos. Miraba sus brazos, fuertes, miraba
como el agua le caía por la cara y resbalaba por sus abdominales, cuadraditos, firmes, y le caía por la entrepierna. Miré su polla, lo imaginé empalmado, me lo imaginé corriéndose, me puse a mil, tenía a ese tío a mi lado, desnudo. Me volví a empalmar y tuve que salir de la ducha y me fui rápidamente a hacerme una paja.

Los demás días de esa semana no coincidí con él en el club. Yo no hacía más que pensar en él. Quería pedirle el móvil, para quedar algún día para tomar algo en verano, como colegas.

Comenzó julio, busqué un trabajo para sacarme un dinerillo. Me enteré gracias a unas amigas que Erik era bastante popular en la zona de la playa, ya que era el encargado de una tienda de deportes en una de las playas. Me pasé por allí, era una tienda de ambiente surfero, en primera línea de playa. Se alquilaban tablas de surf, como en muchas de estas playas vizcaínas. En la tienda, me comentó un chico que necesitaban a alguien de mi edad, para ir más ligeros con toda la movida que se da en los meses de verano. Al día siguiente estaba allí como un clavo. Llegué y por allí estaba Erik. Entré, hacía bastante calor en la calle. Me quedé observándolo y me pareció más guapo que nunca. Estaba allí de pie, con un pantalón corto, ajustado, de esos que también se usan como bañador. Estaba sin camiseta, luciendo sus cachitas. Las chicas lo miraban, y él lo sabía, y le gustaba que lo mirasen. La playa, el calor, la tienda de ambiente playero, y él dentro luciendo su cuerpo, provocaron en mí una nueva erección. Cuando me vio entrar, me dijo:

– Eh! colega!, ¿qué haces aquí? – y me chocó la mano de forma amistosa.

– Soy tu nuevo compañero, tío, vamos a estar juntos este verano!

Erik se alegró, me enseñó la tienda y todas las cosas. Estuvimos todo el día hasta la hora de cerrar. Cuando bajamos la persiana, nos quedamos un rato, para organizar un poco las cosas, y reponer las cosas que se habían agotado. Sacó un puñado de camisetas y bañadores.

– Mira, tío, qué camisetas más guapas! si quieres te puedes llevar alguna, el dueño de esta tienda se está forrando, a veces nos deja quedarnos alguna de las más guapas, para que la gente las vea. Le hacemos marketing! – nos reímos.

Mientras él ponía perchas y bañadores, yo lo observaba, detenidamente, sus movimientos, su espalda, era guapísimo. Me empalmé viéndolo. Cuando acabó, se acercó a mí, cogió una de mis manos y comenzó a pasarla por sus abdominales. Me quedé impresionado. Pero no dije ni una palabra. Sus abdominales estaban muy suaves, eran duros, firmes. Me dijo:

– Venga colega, no te cortes, sé que te gusto. Mira cómo tienes la polla…

Lo palpé, pasé las dos manos por sus abdominales y por sus costados, bajando desde las axilas hasta su cintura. Toqué sus fuertes brazos, también suaves y duros, tenían alguna venita marcada, lo que le daba un aspecto explosivo. Él ponía esa cara de niñato buenorro y vacilón que sólo él tiene, y comenzó a besarme. Miré ese verde nórdico de sus ojos, y esa piel que se tostaba al sol, y me quise morir. Jugó con mi lengua, jugaba con su saliva, dejaba que entrase un poco en mi boca, eso me excitaba. Bajó sus manos hacia mi pantalón, empezó a tocarme la polla por encima de la tela. Yo, mientras, toqué su culo y apreté su polla contra la mía, nos apretamos fuertemente. Me quitó el pantalón, se lo quitó él, dejando su polla libre. Me estaba volviendo loco, me había hecho miles de pajas pensando en ese chaval, y me estaba manoseando, estaba en su posesión.

Fuimos a un sofá que había en el almacén, me cogió, humedeció un poco mi culo y me dijo:

– Vamos a disfrutar de nuestros cuerpos, ¿no?

Yo le pregunté:

– Sí, iba a meterme un dedo para dilatarme

A lo que me contestó:

– ¿Un dedo? Eso son mariconadas, la primera enculada es la mejor, se te graba a fuego en la memoria, ¿y tú te la quieres perder?

El corazón se me salía por la boca, estaba excitadísimo, Erik estaba en el sofá, con su polla tiesa y dura apuntando al techo, y esperando con su cuerpazo en tensión, y con gesto de superioridad. Me acerqué a él, me subí al sofá, lo cogí de los hombros y fui acercando mi culo a la punta de su polla. Acerqué mi culo, y me metí la punta, Erik sonreía y me decía:

– Bien, colega, métetela toda, como los machos, no me seas maricón ahora, ¿eh?

Me importó una mierda si me iba a doler o no, si me iba a hacer daño, y todo eso. Estiré mis piernas hacia adelante, y la fuerza de la gravedad se encargó de que aquella polla, considerablemente gruesa, fuera deslizándose fuertemente por dentro de mí. El dolor fue intenso, me abrió por la mitad, me quedé sin aliento. Erik jadeó. Me cogió por los hombros e hizo fuerza hacia abajo, para que su polla entrara hasta el fondo de mi culo. Hasta que mis cojones chocaron con los suyos. Estábamos perfectamente acoplados.

Había sentido aquella pieza entrar tan rápidamente, tan suavemente, y tan fuerte, que hizo que viera el cielo. Pero abrió mi culo virgen de un pollazo, y aquello dolió mucho. Me tuvo así un rato, me hizo botar un poco sobre su polla. Me puso a cuatro patas y me la volvió a clavar. Mientras me follaba me decía cosas que me ponían a cien:

– Venga putito, ¿no querías disfrutar de mi cuerpo? Estoy seguro que te has matado a pajas pensando en este momento. Te gusto, ¿eh?

Cuando decía eso, aumentaba la velocidad de sus enculadas, que eran ya muy fuertes. Gritaba, jadeaba, me estaba reventando. Notaba la parte inferior de su firme vientre golpeándome las nalgas. Estaba extasiado.

No me dejó ni un sólo momento tocarme la polla, yo debía de gozar sólo con lo que hacía la suya. Antes de correrse paró. Se puso de pie. A mí me obligo a ponerme de rodillas, me puse a la altura de su polla. Miré sus abdominales, los volví a tocar, cuando los tocaba él sonreía insultantemente, como sintiéndose más que orgulloso de aquella parte de su cuerpo.

Me cogió con esos brazos por la nuca. Me metí su polla en la boca, me dijo que otro día me llenaría el culo. Pero hoy tenía que hacerme probar su leche. Erik estaba ya apunto. Jadeaba como un loco, me sujetaba con fuerza la cabeza, con descaro. Era puro nervio, me había reventado el culo a pollazos, y ahora no me dejaba apartarme de su polla. Seguí succionando, el gesto de su cara cambió de vacilón a excitado, respiraba con la boca abierta. Me sujetaba la cabeza violentamente, me dijo:

– Ahora quiero que tragues, ¿me has entendido?

Y al decir eso, jadeó más y más fuerte. Él presionaba mi cabeza contra su polla, y yo agarraba su culo con mis manos haciendo presión hacia mí. Erik casi gritaba, cuando de la ardiente polla comenzó a salir una cálida oleada de semen, muy caliente, que comencé a tragar como un poseso, mientras él gritaba.

Yo estaba apunto de reventar y echar leche por todas partes, cogió, me tumbó en el suelo, se metió mi polla en su boca y me la mamó. No llegó a un minuto cuando inundé su boca de leche en una corrida que no he vuelto a repetir, ni creo que vuelva a tener una tan intensa. Erik me besó, y me hizo tragarme también mi propia leche. Ahora sabía por fin, por qué Erik era tan popular. No me puedo imaginar lo afortunado que soy por haber sido follado por ese elemento.

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. robhim

    agregame en Skype Robhim2

  2. pepe

    No inventes es la mejor historia que e leido

Responder a robhim Cancelar la respuesta