Recuerdo una noche en un bar gay cuando me crucé con un chico que me dejó sin aliento. Era alto, moreno y tenía una verga gruesa que parecía a punto de reventar de deseo. Me miró con una sonrisa pícara y yo supe que estaba en problemas.
Empezamos a hablar y descubrí que éramos compatibles en todos los sentidos. La química era eléctrica y no podía evitar pensar en el sexo que íbamos a tener. Me llevó a su apartamento, donde nos sumergimos en un placer intenso que ni siquiera recuerdo.
La pasión era desatada, nuestros gemidos y jadeos llenaban el aire mientras nos movíamos en perfecta sincronía. Me metí metérmela hasta el fondo y él se encargó de hacerme sentir como nunca antes. Fue un encuentro íntimo y sensual que nos llevó al orgasmo en cuestión de minutos.
No sé qué pasó después, pero recuerdo que me quedé dormido en su cama, con una sonrisa en la cara y un corazón lleno de deseo por volver a sentirlo a su lado.
Y aunque no volvimos a vernos nunca más, sé que fue una experiencia que me marcó para siempre y me hizo entender que a veces, el sexo es la mejor manera de conectar con alguien.