Recuerdo aquel día en la lavandería. El calor y la humedad eran intensos, pero mi mente no estaba en la ropa sucia. Estaba en el hombre que me estaba mirando fijamente desde la máquina de lavado al lado.
Él era alto y delgado, con ojos castaños que parecían traspasarme la piel. Su sonrisa era tímida, pero su mirada era intensa. Me sentí atraído por él de inmediato, y mi verga comenzó a aumentar de tamaño sin que yo lo quisiera.
Me di cuenta de que él también me estaba mirando, y que su mirada no era casual. Me sentí cómodo con él, y decidí acercarme. Nos hablamos un poco, y descubrí que nos gustaba lo mismo. La conversación fluyó fácilmente, y pronto nos encontramos charlando como si nos conociéramos desde siempre.
La atracción entre nosotros era irresistible. Sabíamos que debíamos hacer algo al respecto, así que decidimos encontrarnos después en un lugar más privado. La excitación era palpable, y cuando finalmente nos encontramos en una habitación aparte, la pasión desatada fue intensa.
Recuerdo la sensación de su cuerpo desnudo contra el mío, la firmeza de su verga en mi mano, la lubricación que necesitábamos para unirnos. El placer compartido fue intenso, y el orgasmo fue liberador.
No era solo un encuentro sexual, era una conexión física profunda. Era un juego erótico que nos llevó a un clímax juntos. Y aunque solo fue un sexo esporádico, fue suficiente para que ambos sintiéramos un lazo profundo y una atracción irresistible.
Desde ese día, la lavandería se convirtió en un lugar mágico para mí. No era solo un lugar para lavar ropa, era un lugar donde había encontrado a alguien especial.